Despertador,
luz, niños, desayuno, coche, carreras, colegio. Un nuevo septiembre comenzaba
para Ester atosigada por el trabajo y la vuelta al cole de sus hijos. Todo era
estresantemente normal: la tarjeta de crédito estaba que echaba humo y desde
internet buscaba las mejores ofertas en ropa, libros, comida…Cada vez debía
perderse menos en las miles de webs ofreciendo lo mismo a un precio más
competitivo. Cada vez, la pantalla, como por arte de magia le mostraba cosas
que no había buscado pero, al final, siempre le terminaban resultando de
interés. Al principio no le dio mayor importancia, hasta que un día, de forma
casi aterradora, el ordenador le recomendaba ropa para bebés; hacía tan solo dos semanas
que sabía que sería madre de un tercer
hijo. ¿Cómo era posible? Al llegar a casa se lo comentó a su marido, el cual,
mirándola con cara de escepticismo le dijo que no se preocupase que seguro que había sido
una simple casualidad. Ester, no muy convencida, pensó que tal vez fuese así.
Al día siguiente cuando se enfrentó nuevamente a aquella pantalla, lo primero
que hizo fue poner un trozo de cinta aislante en la cámara, lo segundo; pulsar
el botón de encendido con su dedo tembloroso ¿Y si no había sido algo fortuito?¿
Y si su intimidad más intima había sido expuesta a millones de personas?
Entonces…¿Qué le quedaría?¿Dónde escondería sus secretos, sus deseos, sus
temores? Si la pantalla volvía a pensar por si misma y acertar, ya no se
trataría de poner una venda en el ojo de un espía, se trataría de evitar dejar
cualquier rastro digital de una vida; algo casi imposible: cada compra, cada
acceso a internet, cada llamada de un móvil, cada canal seleccionado en la
televisión de pago, cada periódico ojeado en el móvil, cada foto colgada en
internet o whatsapp, dejaban un rastro imborrable de quien eras o habías sido.
Esto lo sabía muy bien Alex, un broker de datos, que a unos cientos de kilómetros
rastreaba la red con un algoritmo para ir consiguiendo los trozos de un puzle
que al final conformarían una identidad. Algo no muy difícil y al mismo tiempo,
muy lucrativo cuando se vendían esos preciados datos. A veces era tan simple
como ver en una tarjeta de fidelización de un supermercado (detectando un
descenso de consumo de alcohol y aumentado el de lácteos); como en el caso de
Ester; otras, por el contrario, era un poco más complejo, pero el algoritmo auto
aprendía rápidamente al ir aumentado su base de datos, desentrañando los
perfiles más sorprendentes: gente con cáncer, ancianos, heteros, gays,
solteros, casados, de izquierdas, de derechas… El siguiente paso para Alex
sería poder vender perfiles de votantes y llegar a condicionar su voto en unas
elecciones. Sin duda, algo muy simple una vez que sabías lo que comía; leía, deseaba;
pensaba…¨la huella de una vida¨.
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