Apuleyo Diocles, Cayo para los amigos, es el padre
de todos los pilotos españoles. Sin duda, el más grande que la historia de
nuestro país pueda recordar y posiblemente recuerde. Ni los Alonso, Sainz…han
llegado ni llegarán nunca a su nivel de destreza, y sobre todo, de victorias en
el ámbito de las carreras. A pesar de ello es un absoluto desconocido con sus
15.000 millones de euros en premios; es decir, 36 millones de sestercios del siglo
II recaudados por el bueno de Cayo en sus 1.426 victorias en 4.257 contiendas.
Una cifra gloriosa en el Imperio Romano, donde las cuadrigas utilizaban la
tecnología punta, y nada de esas menudencias de la fibra de carbono, magnesio o
titanio: unas buena ruedas de perfil bajo de madera súper blanda para seco, si
no llovía; una alfalfa de 98 octanos, una telemetría por cuerno inducido a
pleno pulmón, hacían que el paso por curva fuese vertiginoso. Es más, dicen los
viejos del lugar que Cayo no dejaba de salir en los papiros rosas de la época
día sí y día también acompañado de bellezas exuberantes. Y todo, por ¨dar el callo. Algo ya olvidado en éste
nuestro país.
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