Desde que Hipócrates puso la primera piedra de la medicina y, Avicena situó a la
razón por encima de cualquier ser, no habíamos podido disfrutar de una época de
tal esplendor en el desempeño de la ciencia médica como la que tenemos la
suerte de constatar en la actualidad. Parece ciertamente arriesgado expresarme
en tales términos pero, objetivamente, considero que haber alcanzado tres diagnósticos
con los cuales se pueda explicar la etiología de la mayoría de las afecciones
de los pacientes después dos mil años, merece un justo reconocimiento a los
méritos de algunos de esos profesionales que, doblegados a los intereses de la
burocracia, resuelven casi todo con: es un virus, si de paciente pediátrico se
trata o, es estrés, si el afectado tiene los cromosomas XY; aunque, lo más
denigrante es tratar a la mayoría de las mujeres como personas desequilibradas
por la depresión.
Por
suerte, aún son más los que recuerdan el significado de su juramento hipocrático,
que independientemente de las interminables guardias y los cientos de pacientes
tratados, intentan que no se despilfarren los presupuestos en un ¨quid pro quo¨
de extrañas fidelidades.
La
única medicina que tiene el pobre es la esperanza ( W.Shakespeare ).
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