La violencia la condujo al Cauca y, la violencia, también la
condujo a Bogotá: la última ciudad que llegaría a ver con sus siete años.
Como en un supermercado donde se pueda apoderar de la infancia, de
la inocencia, de la vida… de un niña; Rafael Uribe Noguera paseaba con su coche
eligiendo la victima que más se adaptase a su perturbada mente, en la que el
deseo únicamente se encuentra limitado por la situación social. Para desgracia
de Yuliana, la vida le había marcado con el estigma de la pobreza en la que
tantas vidas de mujeres se diluyen a manos de animales a los que nadie se
atreve a poner barreras por ser personajes relevantes, por ser hermanos de abogados
de prestigio que aconsejen que entrar con una supuesta sobredosis de cocaína en
un hospital pueda constituirse en un atenuante para haber violado, asfixiado y
finalmente estrangulado a una niña de siete años que lo único que hacía era
evadirse de su injusta situación diaria juagando en la calle, jugando en el
escaparate del supermercado de los depredadores sexuales.
Yuliana quiere volver a casa, pero sus padres no dispone del
dinero de la familia Uribe para poderlo hacer. Como ella habrá muchas niñas que
desaparecerán o serán vendidas para nunca más volver a ser niñas, para
convertirse en un trozo de carne por el que pagar. Y todo, mientras miramos para
otro lado, incluso ante los cercanos neones de nuestras calles anunciando un
sueño a cambio de unos billetes.
La única forma de que otras Yulianas puedan jugar sin miedo en la
calle, es relegar al ostracismo a todos aquellos consumidores del placer fácil
como cómplice necesarios de esta situación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario